Luminiscencia








Alguna vez hubo en mí, un ingenuo error, al que alguien cubrió de sombras gigantescas y borrascosos vientos sin fronteras. Esa confusión anárquica y polifónica, fue un apelativo, una denominación pronunciada en lengua desconocida y resonando igual que el vocablo “miedo”. Las letras se agolpaban en cascadas de acero al filo del metal frío y preciso, lastimando la tibieza de la linfa al bañar como bálsamo, la profundidad de esa palabra. Y fue enunciada por única vez, en el momento exacto de mi nacimiento.
Se me dio la vida en un cuerpo pequeño y en esa fragilidad no supe ver la mirada posesiva de mi madre, sosteniéndola sobre la mía, al fuego del abrazo primitivo. No pude contemplarla pues había un secreto mantenido a voces, argumentado en la complejidad de mi clan. Yo lo fui avizorando en cada paso, al padecer cada una de mis metamorfosis. Tal vez no advertí en el semblante amoroso de ella, por primera vez, el rostro de una mujer vulnerable, acunando en la indefensión de su carne, la humanidad de mi nombre. Pero intuí con certeza, en lo profundo de mi sol, que el riesgo más grave era enamorarme de la palabra “temor” y reconocerla como propia, en la densa oscuridad de la huella.
Desde el resplandor del silencio, yo misma me contemplaba en la casta ternura, examinando la debilidad de mi contextura, lo efímero de mi voz y el espejo peregrino de mi sonrisa de niña.
Yo siempre advertí que al respirar desnuda, las partículas de luz fluorescente de la aurora, podrían transmutar mi luna reflejada en cada charco de lluvia nocturna y trascender la arquitectura oxidada de mi jaula. Siempre supe que la savia de mis células, alguna vez en el tiempo, se vería reflejada en la pureza del destello, licuando la coagulada sangre de las piedras. 
Yo siempre lo supe, y esa es mi palabra.





1 comentarios:

Cecilia Montoya

Gracias por dejarme tu comentario, Antonio. Estuve visitando tu blog, el cual me pareció muy interesante. Un abrazo

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