Comencé a despertarme sorbiéndome de a poco,
embebido en el tiempo del inicio y lo hice con un signo: la libertad de elegir en qué cuerpo, en qué sustancia ser contenido. Y una vez allí, tener
la potestad de mirarme en el espejo de la ilusión hasta que decida el momento exacto,
de partir. Soy un soñador soñado, inmaterial y amo de mi pensamiento.
Existe un mundo al que arribar
donde conviven un sinnúmero de seres extraños, al menos para mí, tan diferentes
como ambientes donde se integran, asociados al fundamento que les dio origen y
combinados con la energía de la cual se nutren. Existen en el agua, transmutando
la transparencia de un cuerpo sin contenido, ni límites definidos. Los hay en
el aire, a veces diáfano, a veces enrarecido, pero siempre leve e intangible. La
tierra y su materia también los acunan con la temperatura adecuada, dándoles
abrigo y entidad, esencia y alimento. Sólo un espejismo de dolor que hiende la voz de la memoria que se nombra.
Pero yo no necesito recordarme
porque en este mundo primitivo en el que habito, no arden
las palabras. El fuego del lenguaje no se enciende, no vibra, pues tampoco es
necesario nominar a las cosas. No nacieron para ser mencionadas ni
comunicadas. Todo existe porque es, porque se tiene la certeza de su idioma,
porque las palabras se iluminan como antorchas cromáticas, cuyos pigmentos
estallan en tormenta y en un único gesto, cobran vida. No preciso evocarme, ni coincidir en el fondo del cuenco, no hay
médula, linfa ni esperma. No hay hueso sepultado, amalgamado a la tierra, no
hay aliento fétido de viento, ni madera pudriéndose en el agua salada. No hay
necesidad de abandonar la forma tangible de la piel, ceñida en la sangre del
olvido. Tampoco hay firmamento oscurecido en la morfología de las nubes, ni premura por invocar a la humedad de la lluvia para rendirse
ante la superficie devastada de la tierra.
No. Nada de esto es imprescindible, por eso elegí en la libertad de mi juicio
y bebí la trascendencia de mi identidad.
En este universo imperturbable,
murmuré un sonido y se me devolvió un eco sin resonancia. De mi palabra, se oyó la calma. Y no opté por la transparencia del agua, ni la levedad del aire, ni la
calidez de la tierra, pude hacer mi única elección y miré a mi origen, a mi
manantial sin voz… Vibré fugaz…porque escogí el silencio.
2 comentarios:
Me encanta que hayas regresado.
Un placer volver a saborear tus letras.
Un beso.
Un placer recibirte en este espacio...
Un beso
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