Voy a hablarte de los miedos, para que aprendas a filtrar las formas de las cosas, cuando emerjan sangrando, de tu pecho abierto.
Si me preguntas por las estrategias de los hombres, caminando bajo la luvia y mirando el goteo cristalino al chocar con los pliegues de la tierra, te responderé sin dudarlo, que puede pasarse de la vida a la muerte, en el breve instante de un suspiro. Pero si indagas con más profundidad y te atreves a cuestionarme, podré contestarte desde el sonido de un destello, que de la misma manera, puedes regresar a la abundancia de la vida.
Tú y yo, vivimos en el borde de la fragua, atravesando con espinas, las heridas abiertas de los sueños mutilados. Somos nervaduras por las que circula el vapor de las utopías.
Posiblemente no desees creer en mis ilusiones, ni tampoco en mis extraviadas quimeras, pero me atrevo a manifestar, desde la certeza de las nubes, que las ensoñaciones y anhelos no son alucinaciones y desvaríos circulares. Los pájaros no aprendimos a mentir, y al no conocer la falsedad, nuestra voz cobra fuerza, sin ambiguedades, al traspasar la ficción de los muros y su rumor de sombras.
Los espejismos, llenos de ojos que emergen de las grietas, asomados a los temores y sus demonios, no pueden percibir el vuelo redimido de las aves. Podemos atravesar la brisa, aprovechando sus corrientes y desplazarnos, mientras nos nacen pulmones que se expanden en la libertad del aliento. Pero para poder hacerlo, hay que abandonarlo todo hasta que se resquebrajen las plumas y perder la memoria de las alas, en un gemido. Dejarlo todo y entregar el trayecto del viento y su destino, marcharse, desasirse del cielo para poder engendrarnos, al transformarnos en aire.
Posiblemente no desees creer en mis ilusiones, ni tampoco en mis extraviadas quimeras, pero me atrevo a manifestar, desde la certeza de las nubes, que las ensoñaciones y anhelos no son alucinaciones y desvaríos circulares. Los pájaros no aprendimos a mentir, y al no conocer la falsedad, nuestra voz cobra fuerza, sin ambiguedades, al traspasar la ficción de los muros y su rumor de sombras.
Los espejismos, llenos de ojos que emergen de las grietas, asomados a los temores y sus demonios, no pueden percibir el vuelo redimido de las aves. Podemos atravesar la brisa, aprovechando sus corrientes y desplazarnos, mientras nos nacen pulmones que se expanden en la libertad del aliento. Pero para poder hacerlo, hay que abandonarlo todo hasta que se resquebrajen las plumas y perder la memoria de las alas, en un gemido. Dejarlo todo y entregar el trayecto del viento y su destino, marcharse, desasirse del cielo para poder engendrarnos, al transformarnos en aire.
2 comentarios:
Pero el miedo es natural en los seres vivos, o lo es en los dotados de cerebro, o quizá instinto.
Más allá de lo que sea o deje de ser, también ayuda a preservar la vida.
Me gustó mucho leerte, Cecilia, siempre me gusta lo que escribes, gracias, y gracias también por tus palabras a las mías.
Un abrazo
<a href="http://lasendadelarosadormida.blogspot.com/>montserrat</a>
. . . .
Lágrimas no. Tan
sólo a veces un
sobresalto
proyecta al cuerpo contra el muro
(de una casa por dentro
-o fuera, es lo mismo)
Ah, y también la náusea.
Al abrir los ojos
cada mañana
la náusea
y la marea del miedo
subiendo entre los juncos.
Chantal Maillard (de La herida en la lengua)
Bella forma de describir esa emoción que nos encierra y no nos deja ser. Tan certeros, los versos de Chantal Maillard...y gracias, por tus palabras, M. Un abrazo
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