Un segundo antes del Ocaso

Persisto en el disfrute ante una muerte... Despierto en éxtasis de luces y sombras, permaneciendo en el ritual concluyente del sol que navega en lucha, hacia el horizonte.  Va herido de muerte en contienda perdida  y buscando su consumación. Una redención en final anunciado. 

Deseo y presiento la memoria de mis anhelos que busca la herida de tus besos. Suenan como latigazos de espuma en el roce de mis labios. Me pierdo en la espesura de esos mismos besos. Mis deseos se construyen en ti, se visten en ti, naufragan ante la tormenta de tu boca buscando la estructura lábil, de la mía.

Si buscas mi vasta mirada de espejo, perdida entre lumbres rojizas y ámbar, la verás en derroche de fuego, contenida en la incandescencia del tiempo. Observo mientras indago en el ritmo de tu abrazo que se funde en la contemplación del momento exacto, casi trepidante de noche, donde el cielo gime en dolores de parto. El sol y su muerte. Nos contenemos, nos abarcamos en sinuosos espasmos ígneos de sed. Precipicios de pieles en laderas de excitación.

Al igual que el paisaje que nos absorbe en el vértigo de la agonía, permanecemos aquí y ahora. Y nuestra humanidad convergente advierte una dualidad embebida en una simple moneda. Dos caras, anverso y reverso, muerte y vida. Todo en el mismo instante de gloria, en un solo segundo de ocaso y superando la velocidad de la luz. Es ese microsegundo eterno donde se irradian dos verdades superiores: omega y alfa, fin y principio. Nosotros.

Cecilia Montoya