Intensidad

Uno.

No comprendo…

Por qué se olvida al amor

mientras transcurre el silencio,

hasta que se rompe de una vez,

en lo efímero de tu voz.

Verdaderamente…no entiendo

a la atmósfera turbia que yace

y  empalaga mis rincones

con el temblor de mis dedos,

dibujando tu sombra.

Declaro mi confusión absoluta

ante el aire florecido

en la fantasía del color

y me detengo justo a tiempo

ante el umbral de tu orilla,

mientras dejo que tus labios

dibujen en vuelo hacia mi mar,

la forma de tu nombre.

Cecilia M.

Dos.

Cuando veo un ocaso

estampado en la pared,

entre los pliegues de una habitación

sin sombras ni murmullos,

percibo sólo, el viaje astral

de la rosa que traspasa, entre besos,

la sangre de la espina.

Sigo el curso sinuoso del cauce

y en ríos me llego hasta tu lecho.

Suelo palpitar confiada,

pronunciando tu mirada abismal.

Pero hoy… sólo recuerdo

el genuino dulzor, en el deleite del dolor,

cayendo en el precipicio álgido

por el perfil de tu lengua dócil,

dibujada en mis contornos.

Cecilia M.

Tres.

No sé cómo proclamar sin voz,

a la intensidad del pétalo de una rosa.

Tampoco sé cómo llamar a la eternidad,

por su verdadero nombre.

No aprendí a desgarrar con mis dientes

al dolor de partir, en la mueca de una palabra.

Un vocablo capaz de franquear el murmullo

de una piel palpitante de lluvia.

No conozco aquellas horas

marginadas en las esquinas sombrías

de mis pensamientos por construirse,

esas ideas prófugas, de temores primitivos.

Tampoco es posible apurar

las primaveras por venir

ni magnetizar el aire casto que se agita,

sosteniendo al vuelo compulsivo de la noche.

Sólo sé que cada palabra contenida

en el cuerpo de un poema,

puede recorrer los rincones apacibles,

revelados en la jaula de tus ojos.

Somos dos sobrevivientes sin memoria

y yo me acerco sigilosa,

hacia el desvelo de tus manos cómplices

en el ritual de la sinfonía dialógica

donde nos renace la piel,

en el pulso excitante de cada batalla.

Cecilia M.